jueves, 19 de septiembre de 2019

Pseudo adultez

Ahora que vivo sola,
(bueno, casi sola)
ahora que tengo dos gatos,
(bueno, que no son míos)
y ahora que tengo espacio
(bueno, aunque un poco reducido) 
podría llorar todo el día como en mis mejores sueños
hacer un drama cada nueva hora
escribirle cartas a mi ex novio y quemarlas
porque lo extraño o
porque no lo extraño. 

Podría hacer cosas malas
como vivir en pijamas 
e invitar a chicos o chicas o chiques
a dormir sin que nadie sepa.

Podría saltearme las comidas
cantar en el balcón estando en bombacha
y tratar de seducir al vecino, que se que me mira. 

Pero ahora que vivo casi sola, que casi tengo dos gatos y que tengo un poco de espacio
lo único que hago malo es agregarle un poco de azúcar al té
dormir, a veces, un rato de siesta y comer garrapiñadas en el balcón
porque viste que, al final, 
la vida adulta es menos extrema que lo que imaginábamos
no hay drogas, no hay tanto sexo, no hay días enteros escabiando
pero al menos no somos de esos jóvenes viejos que se quejan todo el tiempo de que viven casi solos, de que tienen dos gatos que no son suyos y de que no tienen lugar ni para elongar. 

No somos eso, y aunque para otros somos solo desconocidos en esta enorme ciudad
 llena de construcciones gigantes y casas de chapas que contrastan, 
 te veo llegar y entrar por esa puerta a mi  mini-espacio blanco que es este departamento desde donde hoy escribo,
y siento que somos mucho más que dos pedazos de carne ocupando este espacio en el vació.